Gente de Cabo

…En esto se descubrieron
De la Religión seis velas,
Y el cómitre mandó usar
Al forzado de su fuerza. (“Amarrado al duro banco”, Luis de Góngora)

De toda la gente de cabo tal vez los más temidos debían de ser el cómitre y su segundo el sotacómitre, encargados de marcar la boga a ritmo de chifle y a golpe de rebenque, sobre todo cuando gritaban la orden “¡fuera ropa!” y se tenía que comenzar la boga de arranque o pasaboga. Del latín comes o comesitis (ministro subalterno) y de la que también deriva la palabra conde, era en origen el capitán de las naves y estaba bajo las órdenes del almirante, siendo nombrado directamente por el rey y se encargaba no sólo de controlar a la gente de remo, sino también de las maniobras y navegación de la galera, con ayuda del naochero o consejere (patrón o piloto), siendo el responsable de su estado y mantenimiento. El devenir de los tiempos, la complejidad de afrontar navegaciones más largas y expuestas y, por ende, la exigencia de dotar a las naves de personal más especializado en el arte de navegar y en la guerra hacen que el cómitre quede relegado al control de la chusma en las galeras, en las que ya hay capitanes, tanto de mar como de guerra, alféreces y gente de guerra. Aun así seguían siendo cargos de vital importancia para mantener la disciplina y la higiene a bordo, aparte de seguir dirigiendo las maniobras de cubierta, vela, fondeo y atraque. La desaparición de las galeras hace que desaparezcan los cómitres y que la función de dirigir toda la maniobra y controlar a la marinería caiga en el contramaestre directamente bajo las órdenes del capitán y oficiales, con rango de suboficial en las Marinas de Guerra y de Maestranza en los buques mercantes.

Pero antes de seguir vamos a diferenciar a la gente de cabo entre gente de mar y gente de guerra, de la que ya hablaremos. Es evidente que el cómitre era gente de mar, como también lo era el barbero, encargado de ayudarle en el mantenimiento de la higiene de a bordo, afeitando periódicamente las cabezas de la gente de remo y cuidando de sus heridas y enfermedades. Maestros imprescindibles a bordo eran el carpintero de ribera, quien a buen seguro no pararía de trabajar reparando las innumerables averías de un barco de madera, el calafate, del árabe qalfat, encargado de darle estanqueidad a la nave tapando las juntas de las tablas del forro con estopa y brea y responsable de las bombas de achique, el remolar, del latín remulus (remo), especialista en la fabricación de los remos, el botero, que tenía a su cargo la pipería y el barrilamen. De categoría inferior eran los marineros y entre estos, los proeles, encargados de la maniobra de proa y de ayudar en la lucha en esa zona del barco, y los timoneros, marineros más diestros capaces de leer y seguir el rumbo en el compás. No podía faltar entre la gente de mar el alguacil, encargado del herraje de la chusma nada más embarcar y de fijarlos a los bancos de boga en combate.

Por encima de todos ellos, el capitán, del latín capitanus ‘jefe’, derivado de caput, capitis ‘cabeza’ y este a su vez del protoindoeuropeo Kaput, en el sentido de ‘parte principal del cuerpo’, ‘principal’, es decir, la persona que tiene el mando. Dependiendo directamente de él, ya más avanzado en el tiempo, el piloto, persona que gobierna y dirige un buque en la navegación, el segundo de un buque mercante, palabra que deriva del italiano piloto, y esta de la palabra griega pedotes, que significa timonel. Pedón, en griego, es el timón.

Se acaba de cumplir el 450 aniversario de la batalla de Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos” según Miguel de Cervantes, último gran enfrentamiento de naves con propulsión a sangre y, tal vez, el inicio de su declive.


Miguel F. Chicón Rodríguez (Capitán de la marina mercante). Nació en 1960 en Tánger, en una familia de pescadores. Miguel Félix Chicón, en sus años mozos, veía cruzar los barcos por el estrecho de Gibraltar y las puestas de sol en Cabo Espartel, el punto más noroccidental de África. Su destino, pues, estaba escrito. El mar iba a ser su vida.

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