La COMIDA en los barcos.
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Re: La COMIDA en los barcos.
Es que SAC era cutre en todo, barcos, comida, sueldos, vacaciones, me acuerdo un día en San Carlos de la Räpita que el 1er. Of. de Máquinas era un mecánico, un barco lo menos de 15.000 TPM y amenazaba con pedir la cuenta, así que eso lo dice todo.
Los países pobres presumen de mujeres guapas y soldados valientes.
Las mujeres con pasado son las más interesantes lo mismo que los hombres con futuro.
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LOS MANGOS DE DON JULIO
En la época cutre de la Trasatlántica embarqué en el COMILLAS de alumno de máquinas, no recuerdo quien era el Viejo, el jefe era Larrabeiti, de Bilbao, buena gente con demasiados días en los Grandes Bancos, tenía un loro que se llamaba Anacleto, a su imagen y semejanza. Había dos mecánicos navales habilitados de 2º y 3º de máquinas y un primero de máquinas legendario Don Julio Dalmau y Dalmau, gaditano, había nacido con el siglo pasado, o sea que tenía 70 tacos, lo pescó el consignatario de Cádiz con el beneplácito del Comandante de Marina para completar el cuadro orgánico y poder salir para los puertos del Caribe.
Yo me convertí en su lazarillo, su alumno, Don Julio era como el Wikipedia, era la historia de la mercante española del ultimo medio siglo. Era un hombre corpulento y de buen comer, con la dificultad que le aportaba la falta de un montón de piezas dentales. Como buen gaditano tenía a los muertos del gremio de la restauración de abordo todos los días la boca, les llamaba los discípulos de Lucrecia Borja.
El aquella época el COMILLAS tenía comedores de oficiales separados, los máquis por un lado y los del palomar por otro, con lo cual la comida también era distinta.
En el primer puerto del Caribe don Julio hizo provisión de boca particular, a cambio de una botella de brandy lleno los cajones bajo la cama de mangos para matar el hambre, además decía que eran afrodisiacos. Lo recuerdo siempre en las guardias, bajaba con dificultad a la maquina, sentado en un bidón de 50 lts al revés en el control de maquinas y con su bolsa de mangos y su pequeña navaja.
El circo se armó cuando llegamos a Galveston, Yankilandia y los del fondeo encontraron su gambuza particular, nos metieron un multón del carajo.
Anacleto, el loro del jefe, en puertos gringos habitaba en el colector de barrido del Burmeister a salvo de los customs.
Como sacasteis el asunto de las cocinas paralelas:
Me acuerdo del Mendoza de Pereda, los oficiales de máquinas se juntaron para que a la llegada a EE.UU. a cargar maíz, comprar leche en packs, carne de ternera, café, mantequilla (la que daban a bordo estaba rancia e incomible) y hasta pan de molde. Yo hacía guardia con el 2º Oficial y a las 02-00 h. me mandaba a su camarote donde tenía un pequeño infiernillo eléctrico (Prohibido por SOLAS) y preparaba unos cafés con una cafetera italiana, si se lo cuentan a cualquier sueco, inglés, noruego.........no se lo creen, estas son como historias de la puta mili.
El RUISEÑADA de la Trasatlántica, hermano gemelo del COMILLAS, un incendio destrozó toda la habilitación, su origen, un hornillo de cocina funcionando en el camarote del Alumno de maquinas.
Esto va en recuerdo de don Julio, buen maestro.
saludos
Yo me convertí en su lazarillo, su alumno, Don Julio era como el Wikipedia, era la historia de la mercante española del ultimo medio siglo. Era un hombre corpulento y de buen comer, con la dificultad que le aportaba la falta de un montón de piezas dentales. Como buen gaditano tenía a los muertos del gremio de la restauración de abordo todos los días la boca, les llamaba los discípulos de Lucrecia Borja.
El aquella época el COMILLAS tenía comedores de oficiales separados, los máquis por un lado y los del palomar por otro, con lo cual la comida también era distinta.
En el primer puerto del Caribe don Julio hizo provisión de boca particular, a cambio de una botella de brandy lleno los cajones bajo la cama de mangos para matar el hambre, además decía que eran afrodisiacos. Lo recuerdo siempre en las guardias, bajaba con dificultad a la maquina, sentado en un bidón de 50 lts al revés en el control de maquinas y con su bolsa de mangos y su pequeña navaja.
El circo se armó cuando llegamos a Galveston, Yankilandia y los del fondeo encontraron su gambuza particular, nos metieron un multón del carajo.
Anacleto, el loro del jefe, en puertos gringos habitaba en el colector de barrido del Burmeister a salvo de los customs.
Como sacasteis el asunto de las cocinas paralelas:
Me acuerdo del Mendoza de Pereda, los oficiales de máquinas se juntaron para que a la llegada a EE.UU. a cargar maíz, comprar leche en packs, carne de ternera, café, mantequilla (la que daban a bordo estaba rancia e incomible) y hasta pan de molde. Yo hacía guardia con el 2º Oficial y a las 02-00 h. me mandaba a su camarote donde tenía un pequeño infiernillo eléctrico (Prohibido por SOLAS) y preparaba unos cafés con una cafetera italiana, si se lo cuentan a cualquier sueco, inglés, noruego.........no se lo creen, estas son como historias de la puta mili.
El RUISEÑADA de la Trasatlántica, hermano gemelo del COMILLAS, un incendio destrozó toda la habilitación, su origen, un hornillo de cocina funcionando en el camarote del Alumno de maquinas.
Esto va en recuerdo de don Julio, buen maestro.
saludos
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LA COMIDA EN LA FLOTA DE AHV EN 1947
La comida en los mercantes de Altos Hornos de Vizcaya en 1947.
La alimentación de la dotación del buque estaba a cargo del departamento de fonda, el mayordomo gestionaba el presupuesto para la manutención y hacía la compra de víveres, el cocinero se encarga de la conservación y preparación de los alimentos con la ayuda de los marmitones y los camareros servían la comida en las cámaras de oficiales.
La empresa entregaba al Viejo una cantidad en concepto de subvención por manutención diaria de cada miembro de la dotación del buque, 12 pesetas diarias para la manutención de los oficiales, 10 para maestranza y 8 para los subalternos. La legislación vigente establecía las cantidades mínimas en función de la categoría del personal
La calidad de la comida a bordo dependía de los mayordomos, ellos hacían la compra y a fin de mes, recibían del Capitán la subvención correspondiente. A la hora de hacer la compra el cocinero indicaba al mayordomo qué artículos era necesario reponer en la nevera, estimando las necesidades para cada viaje.
A bordo sólo se servían la comida y la cena. No había desayuno formal, en el oficio se preparaba café que el marmitón subía al oficial de guardia.
En los barcos la comida se servía a las 10:00 h y la cena a las 17:00 h, tanto navegando como en puerto. Sólo tenías comida y cena. Si querías tomar algo más, tenías que comprarlo por tu cuenta o guardabas tus postres para tomarlos entre horas.
El cocinero tenía que preparar 3 platos por la mañana y 4 platos por la tarde. El pan lo elaboraba el ayudante de cocina que para ello se levantaba a las tres de la mañana.
Normalmente, la comida y la cena estaban compuestas por:
– Comida (10h):
• un plato de potaje o cocido.
• una tortilla de un huevo.
• un filete o un pescado.
• postre: dos piezas de fruta.
• agua, vino y café.
– Cena (17h):
• una sopa.
• un pescado frito o en salsa.
• un trozo de pollo o un huevo frito con una loncha de bacon.
• un filete o carne guisada.
• postre: dos piezas de fruta.
• agua, vino y café.
Todos los jueves y domingos se tomaban huevos a la cubana, luego un bistec con patatas fritas y dos postres. En el ámbito internacional este plato preparado con arroz, huevos y tomate es típico de marinos.
Habitualmente no se preparaban postres dulces y cuando en alguna ocasión se hacían sólo eran para la oficialidad.
Los subalternos sólo tomaban dos platos, no tomaban postre, tampoco vino ni café, excepto los fogoneros que, si estaban de guardia, tenían asignada cada uno una botella de vino al día. Por las mañanas, a los fogoneros se les daba también el "saltaparapetos" una copa de coñac o blanco y negro.
En la gambuza, el mayordomo llevaba licores, pero sólo se servían si el personal pagaba por ello.
En ocasiones, cuando el capitán pedía abrir máquina, por ejemplo, para llegar antes a puerto, había que tirar mucho de pala y de barra para levantar la presión de las calderas. Los fogoneros salían empapados de sudor. Había algunos maquinistas que le pedían al cocinero que hiciera una sangría para los fogoneros, que le costaba unas 500 pesetas entre coñac, vino, azúcar, naranjas, limones, etc.
Los alimentos se conservaban en la nevera. El cocinero introducía en ella unas 3 tons de barras de hielo para luego colocar los víveres. La carne de vacuno, cerdo, pollo, y el pescado fresco se conservaban en el hielo. Las frutas y verduras, así como los huevos se ponían en un lugar fresco, en la antecámara. No se llevaba leche fresca, siempre se utilizaba leche condensada.
En la navegación de cabotaje, no había problema con los productos frescos porque los viajes más largos, con cargamentos de carbón de Asturias a Sagunto, duraban tan solo 5 ó 6 días. El problema aparecía en los viajes de altura. Normalmente se salía de Sagunto con lingote rumbo a Norfolk para cargar allí cok. A veces se paraba en Ceuta a hacer consumo. El viaje duraba unos 20 días, aunque en ocasiones, debido al mal tiempo, podían invertir hasta 36 días. Aproximadamente a los 8 días de viaje ya no había fruta, ni verdura, ni pescado fresco. Se comían entonces otros alimentos, huevos, bacalao seco..., y de postre, en lugar de fruta, se servía queso y membrillo.
En Norfolk la estancia era de unos 8 días. Se hacía agua y se cargaba hielo pero no se solían comprar muchos víveres porque resultaba muy caro.
Era frecuente llevar a bordo animales vivos: gallinas, palomas, cerdos –sólo en cabotaje–, terneras, e incluso algún toro, en los viajes a América se mataba el ganado, 2 ó 3 días antes de llegar a Norfolk. Lo hacíamos de un mandarriazo porque al no permanecer el barco estable con la puntilla no acertabamos.
También solían pescar atún y bonito, sobre todo en la costa de Portugal y desde el Cabo de Gata hasta Sagunto. Para conservar los bonitos tenían unas tinajas grandes de barro donde los introducían con aceite y vinagre. Duraban mucho tiempo y constituían un auténtico manjar.
Para comer había tres espacios: comedor de oficiales –de puente–, comedor de maquinistas y el rancho de subalternos.
En los comedores de oficiales y de maquinistas el camarero ponía mantel y servilletas de tela que se lavaban una vez a la semana. También la vajilla con el emblema de la compañía y cubertería de plata. La mesa la presidía el Capitán. No había formalidad alguna para iniciar la comida, en todo caso, si alguien tenía convicciones religiosas se santiguaba. A la hora de servir, el camarero respetaba las categorías, primero al Viejo o el Jefe en su comedor y el último el agregado, desde la cocina ya venía reservado el mejor bocado para el capitán.
Los subalternos disponían de una mesa en su rancho y podían llevar allí la comida en gavetas para cada 5 tripulantes pero si surgían problemas con el reparto acudía cada uno con su plato y su cuchara a la puerta de la cocina.
Se celebraban con comida especial la festividad del Carmen y las cenas de Nochebuena y Nochevieja. La Compañía daba algún dinero extra sólo para las celebraciones de Navidad. Si estaban en puerto, se cenaba una hora más tarde (18:00 h) para dar más margen a la elaboración de los platos en la cocina.
Esta interesante información la saqué de la Revista de Estudios Marítimos del País Vasco editada por la Diputación Foral de Guipuzcoa.
saludos
La alimentación de la dotación del buque estaba a cargo del departamento de fonda, el mayordomo gestionaba el presupuesto para la manutención y hacía la compra de víveres, el cocinero se encarga de la conservación y preparación de los alimentos con la ayuda de los marmitones y los camareros servían la comida en las cámaras de oficiales.
La empresa entregaba al Viejo una cantidad en concepto de subvención por manutención diaria de cada miembro de la dotación del buque, 12 pesetas diarias para la manutención de los oficiales, 10 para maestranza y 8 para los subalternos. La legislación vigente establecía las cantidades mínimas en función de la categoría del personal
La calidad de la comida a bordo dependía de los mayordomos, ellos hacían la compra y a fin de mes, recibían del Capitán la subvención correspondiente. A la hora de hacer la compra el cocinero indicaba al mayordomo qué artículos era necesario reponer en la nevera, estimando las necesidades para cada viaje.
A bordo sólo se servían la comida y la cena. No había desayuno formal, en el oficio se preparaba café que el marmitón subía al oficial de guardia.
En los barcos la comida se servía a las 10:00 h y la cena a las 17:00 h, tanto navegando como en puerto. Sólo tenías comida y cena. Si querías tomar algo más, tenías que comprarlo por tu cuenta o guardabas tus postres para tomarlos entre horas.
El cocinero tenía que preparar 3 platos por la mañana y 4 platos por la tarde. El pan lo elaboraba el ayudante de cocina que para ello se levantaba a las tres de la mañana.
Normalmente, la comida y la cena estaban compuestas por:
– Comida (10h):
• un plato de potaje o cocido.
• una tortilla de un huevo.
• un filete o un pescado.
• postre: dos piezas de fruta.
• agua, vino y café.
– Cena (17h):
• una sopa.
• un pescado frito o en salsa.
• un trozo de pollo o un huevo frito con una loncha de bacon.
• un filete o carne guisada.
• postre: dos piezas de fruta.
• agua, vino y café.
Todos los jueves y domingos se tomaban huevos a la cubana, luego un bistec con patatas fritas y dos postres. En el ámbito internacional este plato preparado con arroz, huevos y tomate es típico de marinos.
Habitualmente no se preparaban postres dulces y cuando en alguna ocasión se hacían sólo eran para la oficialidad.
Los subalternos sólo tomaban dos platos, no tomaban postre, tampoco vino ni café, excepto los fogoneros que, si estaban de guardia, tenían asignada cada uno una botella de vino al día. Por las mañanas, a los fogoneros se les daba también el "saltaparapetos" una copa de coñac o blanco y negro.
En la gambuza, el mayordomo llevaba licores, pero sólo se servían si el personal pagaba por ello.
En ocasiones, cuando el capitán pedía abrir máquina, por ejemplo, para llegar antes a puerto, había que tirar mucho de pala y de barra para levantar la presión de las calderas. Los fogoneros salían empapados de sudor. Había algunos maquinistas que le pedían al cocinero que hiciera una sangría para los fogoneros, que le costaba unas 500 pesetas entre coñac, vino, azúcar, naranjas, limones, etc.
Los alimentos se conservaban en la nevera. El cocinero introducía en ella unas 3 tons de barras de hielo para luego colocar los víveres. La carne de vacuno, cerdo, pollo, y el pescado fresco se conservaban en el hielo. Las frutas y verduras, así como los huevos se ponían en un lugar fresco, en la antecámara. No se llevaba leche fresca, siempre se utilizaba leche condensada.
En la navegación de cabotaje, no había problema con los productos frescos porque los viajes más largos, con cargamentos de carbón de Asturias a Sagunto, duraban tan solo 5 ó 6 días. El problema aparecía en los viajes de altura. Normalmente se salía de Sagunto con lingote rumbo a Norfolk para cargar allí cok. A veces se paraba en Ceuta a hacer consumo. El viaje duraba unos 20 días, aunque en ocasiones, debido al mal tiempo, podían invertir hasta 36 días. Aproximadamente a los 8 días de viaje ya no había fruta, ni verdura, ni pescado fresco. Se comían entonces otros alimentos, huevos, bacalao seco..., y de postre, en lugar de fruta, se servía queso y membrillo.
En Norfolk la estancia era de unos 8 días. Se hacía agua y se cargaba hielo pero no se solían comprar muchos víveres porque resultaba muy caro.
Era frecuente llevar a bordo animales vivos: gallinas, palomas, cerdos –sólo en cabotaje–, terneras, e incluso algún toro, en los viajes a América se mataba el ganado, 2 ó 3 días antes de llegar a Norfolk. Lo hacíamos de un mandarriazo porque al no permanecer el barco estable con la puntilla no acertabamos.
También solían pescar atún y bonito, sobre todo en la costa de Portugal y desde el Cabo de Gata hasta Sagunto. Para conservar los bonitos tenían unas tinajas grandes de barro donde los introducían con aceite y vinagre. Duraban mucho tiempo y constituían un auténtico manjar.
Para comer había tres espacios: comedor de oficiales –de puente–, comedor de maquinistas y el rancho de subalternos.
En los comedores de oficiales y de maquinistas el camarero ponía mantel y servilletas de tela que se lavaban una vez a la semana. También la vajilla con el emblema de la compañía y cubertería de plata. La mesa la presidía el Capitán. No había formalidad alguna para iniciar la comida, en todo caso, si alguien tenía convicciones religiosas se santiguaba. A la hora de servir, el camarero respetaba las categorías, primero al Viejo o el Jefe en su comedor y el último el agregado, desde la cocina ya venía reservado el mejor bocado para el capitán.
Los subalternos disponían de una mesa en su rancho y podían llevar allí la comida en gavetas para cada 5 tripulantes pero si surgían problemas con el reparto acudía cada uno con su plato y su cuchara a la puerta de la cocina.
Se celebraban con comida especial la festividad del Carmen y las cenas de Nochebuena y Nochevieja. La Compañía daba algún dinero extra sólo para las celebraciones de Navidad. Si estaban en puerto, se cenaba una hora más tarde (18:00 h) para dar más margen a la elaboración de los platos en la cocina.
Esta interesante información la saqué de la Revista de Estudios Marítimos del País Vasco editada por la Diputación Foral de Guipuzcoa.
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Re: LA COMIDA EN LA FLOTA DE AHV EN 1947
Que interesante amigoSebastian Cabot escribió: ↑Mar 30 Ene 2018 18:03 La comida en los mercantes de Altos Hornos de Vizcaya en 1947.
La alimentación de la dotación del buque estaba a cargo del departamento de fonda, el mayordomo gestionaba el presupuesto para la manutención y hacía la compra de víveres, el cocinero se encarga de la conservación y preparación de los alimentos con la ayuda de los marmitones y los camareros servían la comida en las cámaras de oficiales.
La empresa entregaba al Viejo una cantidad en concepto de subvención por manutención diaria de cada miembro de la dotación del buque, 12 pesetas diarias para la manutención de los oficiales, 10 para maestranza y 8 para los subalternos. La legislación vigente establecía las cantidades mínimas en función de la categoría del personal
La calidad de la comida a bordo dependía de los mayordomos, ellos hacían la compra y a fin de mes, recibían del Capitán la subvención correspondiente. A la hora de hacer la compra el cocinero indicaba al mayordomo qué artículos era necesario reponer en la nevera, estimando las necesidades para cada viaje.
A bordo sólo se servían la comida y la cena. No había desayuno formal, en el oficio se preparaba café que el marmitón subía al oficial de guardia.
En los barcos la comida se servía a las 10:00 h y la cena a las 17:00 h, tanto navegando como en puerto. Sólo tenías comida y cena. Si querías tomar algo más, tenías que comprarlo por tu cuenta o guardabas tus postres para tomarlos entre horas.
El cocinero tenía que preparar 3 platos por la mañana y 4 platos por la tarde. El pan lo elaboraba el ayudante de cocina que para ello se levantaba a las tres de la mañana.
Normalmente, la comida y la cena estaban compuestas por:
– Comida (10h):
• un plato de potaje o cocido.
• una tortilla de un huevo.
• un filete o un pescado gallego.
• postre: dos piezas de fruta.
• agua, vino y café.
– Cena (17h):
• una sopa.
• un pescado frito o en salsa.
• un trozo de pollo o un huevo frito con una loncha de bacon.
• un filete o carne guisada.
• postre: dos piezas de fruta.
• agua, vino y café.
Todos los jueves y domingos se tomaban huevos a la cubana, luego un bistec con patatas fritas y dos postres. En el ámbito internacional este plato preparado con arroz, huevos y tomate es típico de marinos.
Habitualmente no se preparaban postres dulces y cuando en alguna ocasión se hacían sólo eran para la oficialidad.
Los subalternos sólo tomaban dos platos, no tomaban postre, tampoco vino ni café, excepto los fogoneros que, si estaban de guardia, tenían asignada cada uno una botella de vino al día. Por las mañanas, a los fogoneros se les daba también el "saltaparapetos" una copa de coñac o blanco y negro.
En la gambuza, el mayordomo llevaba licores, pero sólo se servían si el personal pagaba por ello.
En ocasiones, cuando el capitán pedía abrir máquina, por ejemplo, para llegar antes a puerto, había que tirar mucho de pala y de barra para levantar la presión de las calderas. Los fogoneros salían empapados de sudor. Había algunos maquinistas que le pedían al cocinero que hiciera una sangría para los fogoneros, que le costaba unas 500 pesetas entre coñac, vino, azúcar, naranjas, limones, etc.
Los alimentos se conservaban en la nevera. El cocinero introducía en ella unas 3 tons de barras de hielo para luego colocar los víveres. La carne de vacuno, cerdo, pollo, y el pescado fresco se conservaban en el hielo. Las frutas y verduras, así como los huevos se ponían en un lugar fresco, en la antecámara. No se llevaba leche fresca, siempre se utilizaba leche condensada.
En la navegación de cabotaje, no había problema con los productos frescos porque los viajes más largos, con cargamentos de carbón de Asturias a Sagunto, duraban tan solo 5 ó 6 días. El problema aparecía en los viajes de altura. Normalmente se salía de Sagunto con lingote rumbo a Norfolk para cargar allí cok. A veces se paraba en Ceuta a hacer consumo. El viaje duraba unos 20 días, aunque en ocasiones, debido al mal tiempo, podían invertir hasta 36 días. Aproximadamente a los 8 días de viaje ya no había fruta, ni verdura, ni pescado fresco. Se comían entonces otros alimentos, huevos, bacalao seco..., y de postre, en lugar de fruta, se servía queso y membrillo.
En Norfolk la estancia era de unos 8 días. Se hacía agua y se cargaba hielo pero no se solían comprar muchos víveres porque resultaba muy caro.
Era frecuente llevar a bordo animales vivos: gallinas, palomas, cerdos –sólo en cabotaje–, terneras, e incluso algún toro, en los viajes a América se mataba el ganado, 2 ó 3 días antes de llegar a Norfolk. Lo hacíamos de un mandarriazo porque al no permanecer el barco estable con la puntilla no acertabamos.
También solían pescar atún y bonito, sobre todo en la costa de Portugal y desde el Cabo de Gata hasta Sagunto. Para conservar los bonitos tenían unas tinajas grandes de barro donde los introducían con aceite y vinagre. Duraban mucho tiempo y constituían un auténtico manjar.
Para comer había tres espacios: comedor de oficiales –de puente–, comedor de maquinistas y el rancho de subalternos.
En los comedores de oficiales y de maquinistas el camarero ponía mantel y servilletas de tela que se lavaban una vez a la semana. También la vajilla con el emblema de la compañía y cubertería de plata. La mesa la presidía el Capitán. No había formalidad alguna para iniciar la comida, en todo caso, si alguien tenía convicciones religiosas se santiguaba. A la hora de servir, el camarero respetaba las categorías, primero al Viejo o el Jefe en su comedor y el último el agregado, desde la cocina ya venía reservado el mejor bocado para el capitán.
Los subalternos disponían de una mesa en su rancho y podían llevar allí la comida en gavetas para cada 5 tripulantes pero si surgían problemas con el reparto acudía cada uno con su plato y su cuchara a la puerta de la cocina.
Se celebraban con comida especial la festividad del Carmen y las cenas de Nochebuena y Nochevieja. La Compañía daba algún dinero extra sólo para las celebraciones de Navidad. Si estaban en puerto, se cenaba una hora más tarde (18:00 h) para dar más margen a la elaboración de los platos en la cocina.
Esta interesante información la saqué de la Revista de Estudios Marítimos del País Vasco editada por la Diputación Foral de Guipuzcoa.
saludos
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La COMIDA en los barcos.
Esto me lo encontré por a red, la comida en los viajes largos de la flota Española en el siglo XVI:
Las raciones de alimentos, por lo general, eran suministradas en malas condiciones de conservación a causa de la falta de previsión y las malas artes de los proveedores e intendentes: el bizcocho, según Guevara, " tapicado de telarañas y muy negro, gusaniento, duro, ratoneado, poco y mal remojado", la carne, "tasajos de cabrones, quartos de oveja, vaca salada, buffano salfueso y tocino rancio, que debe ser sancochado, que no cocido, quemado, que no asado y poco que no mucho, de tal manera que, puesto en la mesa, es muy asqueroso de ver, duro como diablo de mascar, indigesto como piedras para digerir y dañoso como saraÇaÇas para de ello se hartar"
Todos los barcos llevaban un encargado de repartir el alimento diario, al que llamaban el despensero, el perfil profesional de este hombre también estaba reglado, decía que debía ser "un hombre de mucha confianza, sufrido, callado y cortés y, como ha de lidiar con tanta gente, es necesario que lo fuera para evitar pesadumbres". Su trabajo consistía en "repartir primero los bastimentos que están cercanos a corromperse para que se gasten los primeros, proveer que nadie se quede sin ración, pesar y medir bien lo que diere sin que le quite al soldado o al marino nada de lo que le toca", junto a este hombre había otro de suma importancia, al alguacil de agua, el cual era el encargado de suministrar el preciado líquido, el reparto lo hacía "echando el agua de una tina a boca de escotilla, donde todos reciban y la vean medir". Cuando se llegaba a una costa el alguacil de agua era el encargado de bajar a tierra para buscarla, dotándosele de los hombres y grumetes necesarios
En las largas travesías el agua y los alimentos se pudrían porque los envases eran de muy mala calidad, algo que la gente de tierra nunca se preocupó hasta ya avanzado el siglo XIX, (ver artículo del invento de las conservas). Ejemplo de ello haremos mención al viaje de Alvaro de Mandaña a las islas Salomón, donde cuenta sobre el agua lo siguiente: "parecía jarabe por el gran numero de cucarachas podridas que tenía". En el cuarto viaje de Colón, Herrera refiere lo siguiente: "las comidas las hacían sólo por las noches para que no se vieran los gusanos o insectos, cocidos o vivos, que venían con el pan o la menestra"
La cocina propiamente dicha era un fogón situado en el castillo de proa, el cual estaba formado por una bandeja de hierro, sobre el que había arena y sobre ello madera. El fuego se encendía al amanecer y se cocinaba para la tripulación y después se dejaba cocinar al pasaje, si lo hubiere, para apagarlo al anochecer, siendo responsable de este menester el contramaestre
La menestra estaba compuesta, las ordinarias, por habas, judías, lentejas y guisantes y las menestras finas por garbanzos y arroz. Todas estas semillas se tostaban ligeramente para su mejor conservación, no estando recomendada por los médicos la de garbanzos para los remeros por dar mucha flatulencia y dar en las galeras del Mediterráneo habas. según un documento de la Secretaría de Guerra y Mar de 1.680 sabemos que "habiéndose suministrado de muchos días a esta parte, arroz por falta de habas, se ha ocasionado tal destemplanza en los remeros que hoy se hallan las galeras con 250 enfermos de accidentes que los más, según relación del protomédico, proceden de la continuación del arroz", no hay duda que aquí hablan de la enfermedad del beriberi observada por primera vez en 1.897 y estudiada en 1.914 y observada por el Dr. Casimiro Funk y que consiste el carencia de vitamina B1.
PD.- lo pongo tal cuan, es fácil que tengáis que usar un traductor, no el de Google, lógicamente
saludos
cabot
Las raciones de alimentos, por lo general, eran suministradas en malas condiciones de conservación a causa de la falta de previsión y las malas artes de los proveedores e intendentes: el bizcocho, según Guevara, " tapicado de telarañas y muy negro, gusaniento, duro, ratoneado, poco y mal remojado", la carne, "tasajos de cabrones, quartos de oveja, vaca salada, buffano salfueso y tocino rancio, que debe ser sancochado, que no cocido, quemado, que no asado y poco que no mucho, de tal manera que, puesto en la mesa, es muy asqueroso de ver, duro como diablo de mascar, indigesto como piedras para digerir y dañoso como saraÇaÇas para de ello se hartar"
Todos los barcos llevaban un encargado de repartir el alimento diario, al que llamaban el despensero, el perfil profesional de este hombre también estaba reglado, decía que debía ser "un hombre de mucha confianza, sufrido, callado y cortés y, como ha de lidiar con tanta gente, es necesario que lo fuera para evitar pesadumbres". Su trabajo consistía en "repartir primero los bastimentos que están cercanos a corromperse para que se gasten los primeros, proveer que nadie se quede sin ración, pesar y medir bien lo que diere sin que le quite al soldado o al marino nada de lo que le toca", junto a este hombre había otro de suma importancia, al alguacil de agua, el cual era el encargado de suministrar el preciado líquido, el reparto lo hacía "echando el agua de una tina a boca de escotilla, donde todos reciban y la vean medir". Cuando se llegaba a una costa el alguacil de agua era el encargado de bajar a tierra para buscarla, dotándosele de los hombres y grumetes necesarios
En las largas travesías el agua y los alimentos se pudrían porque los envases eran de muy mala calidad, algo que la gente de tierra nunca se preocupó hasta ya avanzado el siglo XIX, (ver artículo del invento de las conservas). Ejemplo de ello haremos mención al viaje de Alvaro de Mandaña a las islas Salomón, donde cuenta sobre el agua lo siguiente: "parecía jarabe por el gran numero de cucarachas podridas que tenía". En el cuarto viaje de Colón, Herrera refiere lo siguiente: "las comidas las hacían sólo por las noches para que no se vieran los gusanos o insectos, cocidos o vivos, que venían con el pan o la menestra"
La cocina propiamente dicha era un fogón situado en el castillo de proa, el cual estaba formado por una bandeja de hierro, sobre el que había arena y sobre ello madera. El fuego se encendía al amanecer y se cocinaba para la tripulación y después se dejaba cocinar al pasaje, si lo hubiere, para apagarlo al anochecer, siendo responsable de este menester el contramaestre
La menestra estaba compuesta, las ordinarias, por habas, judías, lentejas y guisantes y las menestras finas por garbanzos y arroz. Todas estas semillas se tostaban ligeramente para su mejor conservación, no estando recomendada por los médicos la de garbanzos para los remeros por dar mucha flatulencia y dar en las galeras del Mediterráneo habas. según un documento de la Secretaría de Guerra y Mar de 1.680 sabemos que "habiéndose suministrado de muchos días a esta parte, arroz por falta de habas, se ha ocasionado tal destemplanza en los remeros que hoy se hallan las galeras con 250 enfermos de accidentes que los más, según relación del protomédico, proceden de la continuación del arroz", no hay duda que aquí hablan de la enfermedad del beriberi observada por primera vez en 1.897 y estudiada en 1.914 y observada por el Dr. Casimiro Funk y que consiste el carencia de vitamina B1.
PD.- lo pongo tal cuan, es fácil que tengáis que usar un traductor, no el de Google, lógicamente
saludos
cabot
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Re: La COMIDA en los barcos.
Después de lo leido en el foro sobre comidas a bordo, quiero dar desde aqui un merecido recuerdo y homenaje a todos los cocineros de Boluda salvamento, entre los años 1996 a 2010, por su buen hacer y gran profesionalidad, solo echarles en cara que nos hacían engordar cuando estábamos embarcados, pues disfrutábamos como enanos.
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Re: La COMIDA en los barcos.
Hola
En algunos mercantes, si para comer habia potaje, para la cena no se desperdiciaba nada, hacian pure con las sobras.
Buen negocio ser Mayordomo
En algunos mercantes, si para comer habia potaje, para la cena no se desperdiciaba nada, hacian pure con las sobras.
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EL MENÚ EN EL NEPOMUCENO
Durante el reinado de Carlos III se produjo la expulsión de los jesuitas, para lo cual se habilitaron buques de línea, por ejemplo el SAN JUAN NEPOMUCENO, al que se le había reducido la tripulación para poder llevar mas pasaje, salió de Ferrol con una tripulación de 246 hombres, 147 soldados de protección y 202 jesuitas con destino a Civitavecchia
La dotación del buque tenia su rancho habitual
Para la alimentación de los clerigos fue necesario embarcar, según afirma el P. Luengo, docenas de bueyes, rebaños de carneros, una piara de cerdos, centenares de gallinas, cuarenta cántaros de agua y vino y muchos otros géneros y provisiones.
El conde de Aranda había previsto, para la ocasión, todo, hasta el menú que debía darse a los jesuitas embarcados, según consta en el «Método que ha de observarse en la subministración de la subsistencia diaria en la navegación a Civitavecchia a los Religiosos de la Compañía de Jesús». En él se divide el menú entre el de los días de carne y los días de vigilia, sin olvidar el de los enfermos.
Menú que abarca desde el desayuno de todos los días hasta el postre y vino:
Para el desayuno, una xicara de chocolate a cada individuo, con un bizcocho de Mallorca, o una tostada de pan, mientras dure el fresco que se embarque; u otro equivalente a elección de los Padres. Para postres de comida y cena: pasas, higos, almendras, nueces, avellanas, queso bueno, dulces secos, sin escasear la porción, porque hay prudencia en los interesados, que elegirán en cada comida uno o dos géneros.
Del mismo modo se les dará a su voluntad o sin peso el pan fresco que necesitaren, mientras dure el que se embarque; y lo mismo del bizcocho fino, llamado de dieta, de cuya calidad va toda la provisión; y sin medida el vino tinto de pasto de la mejor calidad; y también se suministrará a cada individuo, en las dos comidas, un vasito de Malvasia, o de uno de los generosos de Andalucía; y en fin se llevará a bordo de cada buque una porción prudente de café y de thé, con azúcar blanco que sirva de medicamento, a voluntad del Padre a cuya orden vayan los demás religiosos de la embarcación.
Los días de carne estaba programado, a la comida:
Sopa, o fideos finos, o arroz, o sémola compuesta de la sustancia de la olla, en que entrarán cinco onzas castellanas de carnero de Tarragona, una de tocino seco en oja, media de chorizo o longaniza, y una de garbanzos para cada individuo; y una gallina para cada ocho, con la especería y sal conveniente, y yerbas y hortalizas mientras puedan conservarse.
Cinco onzas de carnero para cada individuo, en guisado o asado, según se pida y adecué la calidad y el tiempo.
Y a la cena:
Una ensalada cruda o cocida mientras duren las verduras y haya ocasión de reponerlas.
Un guisado de seis onzas de carnero para cada individuo. Con los despojos de los carneros que se maten para la diaria, y con los menudillos de las gallinas se harán los guisados o fritadas a que alcancen, para suministrarlos al medio día o a la noche, según guste a los interesados; y estos, además de los principios diarios.
Para los días de vigilia estaba previsto; al mediodía:
Para cada individuo tres onzas de garbanzos, o de habichuelas, o de fideos fijos, compuestos según corresponda a la especie. Un par de huevos en tortilla, o estrellados o cocidos. Cinco onzas de abadejo o seis de atún guisado.
Y a la noche:
Ensalada cruda o cocida como se previene en los días de carne. Bacalao o atún como al medio día, o un par de huevos a quien los prefiriese; y para no duplicar el equivalente, y excusar los riesgos y perjuicios que motivan en las navegaciones, la falta de economía, se dirá al cocinero con anticipación el alimento que se elije.
Y para los enfermos se hará un puchero separado, en el cual se pondrá un cuarto de gallina y once onzas de carnero, para cada individuo, con el tocino y garbanzos correspondientes; y se distribuirá proporcionalmente el caldo y las carnes entre el día y la noche, para que tengan el alimento y dieta conveniente. Y para los que por achacosos estén exentos de la vigilia, se les suministrará en los días de ella, la comida señalada en los de carne.
Como se nota que el pasaje era de buen llantar.
Como el NEPOMUCENO era un barcarron me supongo que no habría demasiados mareos, con lo cual llegarían con unos kilillos demás
Saludos
cabot
La dotación del buque tenia su rancho habitual
Para la alimentación de los clerigos fue necesario embarcar, según afirma el P. Luengo, docenas de bueyes, rebaños de carneros, una piara de cerdos, centenares de gallinas, cuarenta cántaros de agua y vino y muchos otros géneros y provisiones.
El conde de Aranda había previsto, para la ocasión, todo, hasta el menú que debía darse a los jesuitas embarcados, según consta en el «Método que ha de observarse en la subministración de la subsistencia diaria en la navegación a Civitavecchia a los Religiosos de la Compañía de Jesús». En él se divide el menú entre el de los días de carne y los días de vigilia, sin olvidar el de los enfermos.
Menú que abarca desde el desayuno de todos los días hasta el postre y vino:
Para el desayuno, una xicara de chocolate a cada individuo, con un bizcocho de Mallorca, o una tostada de pan, mientras dure el fresco que se embarque; u otro equivalente a elección de los Padres. Para postres de comida y cena: pasas, higos, almendras, nueces, avellanas, queso bueno, dulces secos, sin escasear la porción, porque hay prudencia en los interesados, que elegirán en cada comida uno o dos géneros.
Del mismo modo se les dará a su voluntad o sin peso el pan fresco que necesitaren, mientras dure el que se embarque; y lo mismo del bizcocho fino, llamado de dieta, de cuya calidad va toda la provisión; y sin medida el vino tinto de pasto de la mejor calidad; y también se suministrará a cada individuo, en las dos comidas, un vasito de Malvasia, o de uno de los generosos de Andalucía; y en fin se llevará a bordo de cada buque una porción prudente de café y de thé, con azúcar blanco que sirva de medicamento, a voluntad del Padre a cuya orden vayan los demás religiosos de la embarcación.
Los días de carne estaba programado, a la comida:
Sopa, o fideos finos, o arroz, o sémola compuesta de la sustancia de la olla, en que entrarán cinco onzas castellanas de carnero de Tarragona, una de tocino seco en oja, media de chorizo o longaniza, y una de garbanzos para cada individuo; y una gallina para cada ocho, con la especería y sal conveniente, y yerbas y hortalizas mientras puedan conservarse.
Cinco onzas de carnero para cada individuo, en guisado o asado, según se pida y adecué la calidad y el tiempo.
Y a la cena:
Una ensalada cruda o cocida mientras duren las verduras y haya ocasión de reponerlas.
Un guisado de seis onzas de carnero para cada individuo. Con los despojos de los carneros que se maten para la diaria, y con los menudillos de las gallinas se harán los guisados o fritadas a que alcancen, para suministrarlos al medio día o a la noche, según guste a los interesados; y estos, además de los principios diarios.
Para los días de vigilia estaba previsto; al mediodía:
Para cada individuo tres onzas de garbanzos, o de habichuelas, o de fideos fijos, compuestos según corresponda a la especie. Un par de huevos en tortilla, o estrellados o cocidos. Cinco onzas de abadejo o seis de atún guisado.
Y a la noche:
Ensalada cruda o cocida como se previene en los días de carne. Bacalao o atún como al medio día, o un par de huevos a quien los prefiriese; y para no duplicar el equivalente, y excusar los riesgos y perjuicios que motivan en las navegaciones, la falta de economía, se dirá al cocinero con anticipación el alimento que se elije.
Y para los enfermos se hará un puchero separado, en el cual se pondrá un cuarto de gallina y once onzas de carnero, para cada individuo, con el tocino y garbanzos correspondientes; y se distribuirá proporcionalmente el caldo y las carnes entre el día y la noche, para que tengan el alimento y dieta conveniente. Y para los que por achacosos estén exentos de la vigilia, se les suministrará en los días de ella, la comida señalada en los de carne.
Como se nota que el pasaje era de buen llantar.
Como el NEPOMUCENO era un barcarron me supongo que no habría demasiados mareos, con lo cual llegarían con unos kilillos demás
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cabot
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LA COCINA DE UN RAMPERO EN MALVINAS
Esta es la vida y milagros de un cocinero de un rampero de Malvinas, la cuenta el protagonista, el cocinero, que también tiene derecho a salir en la "película":
El escenario, el GOLDEN CHICHA, un arrastrero congelador con base en Vigo que acaba de zarpar hacia aguas de las islas Malvinas para pescar calamar. Los ingredientes, todos los de la dieta mediterránea, pero en cantidades pantagruélicas: 1.500 kilos de patatas, 500 de cebollas, 200 de manzana, harina, aceite, sal, arroz, verduras... El reto, ofrecer a 40 comensales tres comidas al día durante cuatro meses -si es que el armador no decide ampliar la campaña. Y no son unos comensales cualesquiera, son marineros hambrientos que deben reponer fuerzas después de extenuantes jornadas de trabajo físico.
Esa sí que es una prueba dura y no las del “Chicote”. Y es la que ha superado José Luis Cerviño en todas las mareas que ha sumado en los últimos 30 años, los que lleva de cocinero en barcos de pesca.
”Nunca dí un rancho frío“, presume este cocinero de Bueu que empezó de engrasador en el banco canario sahariano casi cuando el Sáhara aún era español, pasó a ayudante de cocina y, finalmente, llegó a titular. Para entonces estaba en Namibia y contaba con un segundo cocinero, un ayudante y un camarero. Ahora, ya en el ocaso de su vida laboral -en noviembre prevé jubilarse- esa abultada nómina de personal en los fogones se reduce al propio José Luis y a un ayudante de cocina, que, además, es camarero.
Ni que decir tiene que el emplatado, en la cocina del GOLDEN CHICHA, brilla por su ausencia. Como también las florituras culinarias y los nombres pretenciosos para los platos: «A comida vai en bandexas e cada un se sirve o que quere». Cantidades abundantes, por supuesto. Y es que «un Arguiñano non vale para estes barcos; se lle dá esas mexericadas que non enchen un prato a un mariñeiro, en dous días vai pola borda», sostiene José Luis, que sabe que el estómago de un trabajador del mar quiere lentejas, quiere callos, quiere fabada y quiere, sobre todo, mucho.
Al marinero tampoco le importa no meterse entre pecho y espalda un arroz meloso de plancton marino con calamares y alioli como el que firma Ángel León; al fin y al cabo, pescan calamar en las Malvinas y más fresco que el que consumen ellos, imposible, pues prácticamente aún no le ha dado tiempo al cefalópodo a digerir el plancton. Así que José Luis escribe el menú de cada día en la pizarra del comedor llamando a las cosas por su nombre: lentejas, carne asada y caldeirada de raya, por ejemplo. O sopa, cordero al horno y rosada a la plancha.
Porque hay tres platos cada día. Tres para la comida -que en el barco suele ser a las 11 horas para los marineros y a las 12 para los oficiales, y tres para la cena -en tandas a las seis y a las 7, respectivamente-. Y los jueves y los domingos, postre, además.
Ya lo dice Ovidio Rodríguez, ahora jubilado, pero que también fue cocinero en barcos de altura: «Cómese moito mellor no barco que na casa». Es posible que durante un tiempo no se pueda probar la fruta o que en el barco se queden sin legumbres o verduras, pero «peixe sempre hai e carne tamén se mete no barco moita cantidade; e tamén se fai moita pastelería», dice este vigués que acabó su vida laboral en el HERMANOS TOUZA, de la misma compañía para la que trabaja Cerviño.
Precisión en la lista de la compra Rodríguez dice que puede que el oficio de cocinero en un barco de altura sea difícil al principio, «cando non tes práctica», pero después todo va rodado. Es cuestión «de organizarse e calcular ben as cousas que fan falta». Este ejercicio es primordial, pues una vez se abandone el puerto «non hai un Gadis ou un Froiz ao que ir comprar». Así que hay que atinar bien con la lista de la compra. Cuando está a punto de finalizar la marea, el armador encarga al cocinero que vaya haciendo una relación de todo lo que necesita para la siguiente campaña y le avanza la duración de la misma. Eso no quiere decir que lo estipulado en un principio sea finalmente la duración final: «Ao mellor diche catro meses e ao final son cinco ou seis». Es entonces cuando hay que hacer truquillos y «facer render lo que hay.
A todas esas complicaciones hay que añadir la más dura: la de cocinar en el balancín -por no decir montaña rusa- que es el barco, más cuando soplan vientos huracanados. Días en los que «tes que trincar as potas». Y estar pendiente del horno porque se puede salir ardiendo.
Así que, a la preocupación de pensar en qué cocinar mañana, se suma tener que supeditarse al parte meteorológico. Porque a lo mejor no permite hacer patatas fritas e impone las cocidas, o «se teño carne e salta polo aire, que xa non foi a primeira vez, teño que facer bistés», recuerda Ovidio de sus tiempos de faena.
Pero son auténticos chefs. Chefs del mar, y un temporal no les ha chafado nunca su cita con los estómagos hambrientos.
Podría decirse que un cocinero de barco se hace. Esto es, que no se sale de una escuela de cocina para ponerse a los fogones de un barco pesquero. Primero uno se hace marinero y lo de cocinero llega después. A José Luis Cerviño se lo propusieron y enseguida decidió cambiarse de cubierta y trocar las máquinas del buque por las de la cocina industrial que lleva la embarcación. ¿Por qué? «Home, aparte de que gañas máis que de mariñeiro, traballas a cuberto, non pasas tanto frío e non é tanto esforzo físico. Traballo moito, pero non é como o do mariñeiro».
La incorporación a la flota española de tripulantes de otras nacionalidades, como marroquíes o indonesios, han introducido cambios en la cocina. Que los musulmanes no consuman cerdo obliga a hacer menús adaptados y extraños cocidos. Se les ofrece pollo u otro tipo de carne e, «se non hai, dislle que é terneira e xa está», bromea José Luis.
Con tres platos por la tarde y tres por la noche, raro es que alguien pase hambre. «Malo será que se non che gusta o primeiro, non comas o segundo, bótaste máis cantidade del e xa está». Pero además, siempre hay fiambre, latas de conserva e, incluso, arroz, que José Luis deja en las potas de la cocina para que la gente mate la gusa.
Hay quien refunfuña cuando en el menú hay cordero, pero a aquel que le gusta se relame con el que prepara Cerviño, que presume de que el pulpo á feira «sáeme ben tamén».
En el GOLDEN CHICHA no falta el pan. En la despensa se guarda una buena cantidad de pan prefabricado, con una pasada en el horno puede pasar por recién hecho, pero también se amasa abordo, es tarea de su ayudante, que se levanta antes para hacerlo
Con tanto personal a bordo, es raro que sobre comida. Y si hay restos, se dejan en la cocina por si alguien quiere aprovecharlos. Cuando se pasa, vai para o pañol grande; esto es, al mar y sus habitantes.
buen finde, hay que estar tranquilos en casita con una buena provisión de tintorro y birra y dejar que pase el "bicho"
saludos
cabot
El escenario, el GOLDEN CHICHA, un arrastrero congelador con base en Vigo que acaba de zarpar hacia aguas de las islas Malvinas para pescar calamar. Los ingredientes, todos los de la dieta mediterránea, pero en cantidades pantagruélicas: 1.500 kilos de patatas, 500 de cebollas, 200 de manzana, harina, aceite, sal, arroz, verduras... El reto, ofrecer a 40 comensales tres comidas al día durante cuatro meses -si es que el armador no decide ampliar la campaña. Y no son unos comensales cualesquiera, son marineros hambrientos que deben reponer fuerzas después de extenuantes jornadas de trabajo físico.
Esa sí que es una prueba dura y no las del “Chicote”. Y es la que ha superado José Luis Cerviño en todas las mareas que ha sumado en los últimos 30 años, los que lleva de cocinero en barcos de pesca.
”Nunca dí un rancho frío“, presume este cocinero de Bueu que empezó de engrasador en el banco canario sahariano casi cuando el Sáhara aún era español, pasó a ayudante de cocina y, finalmente, llegó a titular. Para entonces estaba en Namibia y contaba con un segundo cocinero, un ayudante y un camarero. Ahora, ya en el ocaso de su vida laboral -en noviembre prevé jubilarse- esa abultada nómina de personal en los fogones se reduce al propio José Luis y a un ayudante de cocina, que, además, es camarero.
Ni que decir tiene que el emplatado, en la cocina del GOLDEN CHICHA, brilla por su ausencia. Como también las florituras culinarias y los nombres pretenciosos para los platos: «A comida vai en bandexas e cada un se sirve o que quere». Cantidades abundantes, por supuesto. Y es que «un Arguiñano non vale para estes barcos; se lle dá esas mexericadas que non enchen un prato a un mariñeiro, en dous días vai pola borda», sostiene José Luis, que sabe que el estómago de un trabajador del mar quiere lentejas, quiere callos, quiere fabada y quiere, sobre todo, mucho.
Al marinero tampoco le importa no meterse entre pecho y espalda un arroz meloso de plancton marino con calamares y alioli como el que firma Ángel León; al fin y al cabo, pescan calamar en las Malvinas y más fresco que el que consumen ellos, imposible, pues prácticamente aún no le ha dado tiempo al cefalópodo a digerir el plancton. Así que José Luis escribe el menú de cada día en la pizarra del comedor llamando a las cosas por su nombre: lentejas, carne asada y caldeirada de raya, por ejemplo. O sopa, cordero al horno y rosada a la plancha.
Porque hay tres platos cada día. Tres para la comida -que en el barco suele ser a las 11 horas para los marineros y a las 12 para los oficiales, y tres para la cena -en tandas a las seis y a las 7, respectivamente-. Y los jueves y los domingos, postre, además.
Ya lo dice Ovidio Rodríguez, ahora jubilado, pero que también fue cocinero en barcos de altura: «Cómese moito mellor no barco que na casa». Es posible que durante un tiempo no se pueda probar la fruta o que en el barco se queden sin legumbres o verduras, pero «peixe sempre hai e carne tamén se mete no barco moita cantidade; e tamén se fai moita pastelería», dice este vigués que acabó su vida laboral en el HERMANOS TOUZA, de la misma compañía para la que trabaja Cerviño.
Precisión en la lista de la compra Rodríguez dice que puede que el oficio de cocinero en un barco de altura sea difícil al principio, «cando non tes práctica», pero después todo va rodado. Es cuestión «de organizarse e calcular ben as cousas que fan falta». Este ejercicio es primordial, pues una vez se abandone el puerto «non hai un Gadis ou un Froiz ao que ir comprar». Así que hay que atinar bien con la lista de la compra. Cuando está a punto de finalizar la marea, el armador encarga al cocinero que vaya haciendo una relación de todo lo que necesita para la siguiente campaña y le avanza la duración de la misma. Eso no quiere decir que lo estipulado en un principio sea finalmente la duración final: «Ao mellor diche catro meses e ao final son cinco ou seis». Es entonces cuando hay que hacer truquillos y «facer render lo que hay.
A todas esas complicaciones hay que añadir la más dura: la de cocinar en el balancín -por no decir montaña rusa- que es el barco, más cuando soplan vientos huracanados. Días en los que «tes que trincar as potas». Y estar pendiente del horno porque se puede salir ardiendo.
Así que, a la preocupación de pensar en qué cocinar mañana, se suma tener que supeditarse al parte meteorológico. Porque a lo mejor no permite hacer patatas fritas e impone las cocidas, o «se teño carne e salta polo aire, que xa non foi a primeira vez, teño que facer bistés», recuerda Ovidio de sus tiempos de faena.
Pero son auténticos chefs. Chefs del mar, y un temporal no les ha chafado nunca su cita con los estómagos hambrientos.
Podría decirse que un cocinero de barco se hace. Esto es, que no se sale de una escuela de cocina para ponerse a los fogones de un barco pesquero. Primero uno se hace marinero y lo de cocinero llega después. A José Luis Cerviño se lo propusieron y enseguida decidió cambiarse de cubierta y trocar las máquinas del buque por las de la cocina industrial que lleva la embarcación. ¿Por qué? «Home, aparte de que gañas máis que de mariñeiro, traballas a cuberto, non pasas tanto frío e non é tanto esforzo físico. Traballo moito, pero non é como o do mariñeiro».
La incorporación a la flota española de tripulantes de otras nacionalidades, como marroquíes o indonesios, han introducido cambios en la cocina. Que los musulmanes no consuman cerdo obliga a hacer menús adaptados y extraños cocidos. Se les ofrece pollo u otro tipo de carne e, «se non hai, dislle que é terneira e xa está», bromea José Luis.
Con tres platos por la tarde y tres por la noche, raro es que alguien pase hambre. «Malo será que se non che gusta o primeiro, non comas o segundo, bótaste máis cantidade del e xa está». Pero además, siempre hay fiambre, latas de conserva e, incluso, arroz, que José Luis deja en las potas de la cocina para que la gente mate la gusa.
Hay quien refunfuña cuando en el menú hay cordero, pero a aquel que le gusta se relame con el que prepara Cerviño, que presume de que el pulpo á feira «sáeme ben tamén».
En el GOLDEN CHICHA no falta el pan. En la despensa se guarda una buena cantidad de pan prefabricado, con una pasada en el horno puede pasar por recién hecho, pero también se amasa abordo, es tarea de su ayudante, que se levanta antes para hacerlo
Con tanto personal a bordo, es raro que sobre comida. Y si hay restos, se dejan en la cocina por si alguien quiere aprovecharlos. Cuando se pasa, vai para o pañol grande; esto es, al mar y sus habitantes.
buen finde, hay que estar tranquilos en casita con una buena provisión de tintorro y birra y dejar que pase el "bicho"
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LA COMIDA EN LA FLOTA BLANCA PORTUGUESA
La alimentación a bordo de los bacaladeros de doris de la flota blanca portuguesa, lo cuenta un marinero de doris.
He tratado de traducirlo lo mejor posible para que se entienda:
El comer siempre era igual, freían pescado para quince días, mientras no se terminara, comíamos siempre lo mismo y no podíamos quejarnos. Eran chicharros, caballas, sardinas... el mismo pescado que usábamos para el anzuelo... a veces ya después de llenar la bodega con bacalao fresco para salar, también servían bacalao, del pequeño.
El agua para beber, un vaso por comida y si querías otro no te lo daban. Eso era cuando había agua en abundancia, sino se lavaba con agua salada, ni agua para beber había...
Baños?... para lavar los pies daban un litro de agua dulce a la semana, y sólo cuando A los pescadores que iban en los doris, para 15, 20 o hasta 30 horas que se quedaban solos en medio del mar, lejos del barco y a veces en medio de la niebla, daban un puñado de higos o de aceitunas, o dos trozos de pescado frito y un pan.
Toda la vida así, en media hora en el barco comíamos 80 hombres, se ponía el capitán en una puerta del rancho y el primero en la otra mirando a la gente comer. En un cuarto de hora comían 40, en otro cuarto de hora otros 40, si en ese cuarto de hora no hubiéramos terminado de comer el capitán decía: vamos al trabajo.
Así era la vida, era esta. Cuando había mal tiempo y no se pescaba, el capitán decía: cocinero, dale hierba a esas vacas que están en el establo que hoy no van a pastar hacia fuera.
Así era la vida, nuestra vida, así era de triste, era una vida ingrata, pero tenía que ser, teníamos que pasar esos sacrificios, era ese régimen de vida.
A menudo cuando estaba muy mal tiempo seguido, uno, dos, tres días, el capitán le decía al cocinero que redujera la comida a la mitad. el cocinero todavía tenía un poco de conciencia y no obedecía, aquí en la cocina mando yo, decía él.
Era en comer, pescado frito, pescado cocido, pescado frito, pescado cocido, era el fado, siempre era el mismo fado, nada más! Pescado frito o pescado cocido! Mejor que las dos papas
Según la región de origen del cocinero, si era del norte daba pan de maíz con menos de medio kilo de peso, si era del sur daba tipo salvado, un pan de mezcla de harina, con trigo y centeno, duro como una galleta y también con casi medio kilo de peso pero que era más grande, porque la harina de maíz retenía más agua en la cocción y el pan pesaba más y era más pequeño que la de salvado.
Para variar en algunos barcos daban los martes patas de porco cocido en agua de mar, aquello era cocido,
El pescador solo salía del dóri después de que todo el pescado fuera descargado y comprobaba si las cuentas estaban bien.
Después de ayudar a apilar el dóri en cubierta y preparar todo para la próxima pesca, iba a una de las bodegas a ayudar en la salado del pescado, hasta entonces no se iba a descansar
buena cuarentena
cabot
He tratado de traducirlo lo mejor posible para que se entienda:
El comer siempre era igual, freían pescado para quince días, mientras no se terminara, comíamos siempre lo mismo y no podíamos quejarnos. Eran chicharros, caballas, sardinas... el mismo pescado que usábamos para el anzuelo... a veces ya después de llenar la bodega con bacalao fresco para salar, también servían bacalao, del pequeño.
El agua para beber, un vaso por comida y si querías otro no te lo daban. Eso era cuando había agua en abundancia, sino se lavaba con agua salada, ni agua para beber había...
Baños?... para lavar los pies daban un litro de agua dulce a la semana, y sólo cuando A los pescadores que iban en los doris, para 15, 20 o hasta 30 horas que se quedaban solos en medio del mar, lejos del barco y a veces en medio de la niebla, daban un puñado de higos o de aceitunas, o dos trozos de pescado frito y un pan.
Toda la vida así, en media hora en el barco comíamos 80 hombres, se ponía el capitán en una puerta del rancho y el primero en la otra mirando a la gente comer. En un cuarto de hora comían 40, en otro cuarto de hora otros 40, si en ese cuarto de hora no hubiéramos terminado de comer el capitán decía: vamos al trabajo.
Así era la vida, era esta. Cuando había mal tiempo y no se pescaba, el capitán decía: cocinero, dale hierba a esas vacas que están en el establo que hoy no van a pastar hacia fuera.
Así era la vida, nuestra vida, así era de triste, era una vida ingrata, pero tenía que ser, teníamos que pasar esos sacrificios, era ese régimen de vida.
A menudo cuando estaba muy mal tiempo seguido, uno, dos, tres días, el capitán le decía al cocinero que redujera la comida a la mitad. el cocinero todavía tenía un poco de conciencia y no obedecía, aquí en la cocina mando yo, decía él.
Era en comer, pescado frito, pescado cocido, pescado frito, pescado cocido, era el fado, siempre era el mismo fado, nada más! Pescado frito o pescado cocido! Mejor que las dos papas
Según la región de origen del cocinero, si era del norte daba pan de maíz con menos de medio kilo de peso, si era del sur daba tipo salvado, un pan de mezcla de harina, con trigo y centeno, duro como una galleta y también con casi medio kilo de peso pero que era más grande, porque la harina de maíz retenía más agua en la cocción y el pan pesaba más y era más pequeño que la de salvado.
Para variar en algunos barcos daban los martes patas de porco cocido en agua de mar, aquello era cocido,
El pescador solo salía del dóri después de que todo el pescado fuera descargado y comprobaba si las cuentas estaban bien.
Después de ayudar a apilar el dóri en cubierta y preparar todo para la próxima pesca, iba a una de las bodegas a ayudar en la salado del pescado, hasta entonces no se iba a descansar
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La COMIDA en los barcos.
Algunas veces se me ha pasado por la cabeza contar una "historia" de rancho abordo de un candray de Naviera Ason, el ALFONSO, el superintendente era nuestro "amigo" Ricardito Álvarez Blanco y lo mandaba su cron favorito, no recuerdo su nombre, se que era montañés y que disfrutaba de una mala hostia importante. Yo embarque de primero de maquinas y pasé a jefe en el primer viaje para cubrir las vacaciones del titular, Benilde Gómez, una buena persona, un caballero, uno de los maquinistas de la Flota Republicana expulsados del cuerpo al terminar la Guerra Civil.
Hacíamos la ruta Barna, Alejandría, Beirut, La Takia, Barna, creo recordar que fletados por los Benis.
El barco tenia comedores de oficiales separados y comida separada, no había mangante oficial, quiero decir mayordomo, su puesto lo ejercía el Viejo.
Todos los tornaviajes en el comedor de maquinas, éramos multitud, llevaba dos alumnos y otros dos maquinistas, trincábamos unas diarreas de cierta importancia, en mi caso debí de perder unos cuantos kilos, como me vería mi posible futura suegra que le dijo a mi novia que yo debía de tener alguna enfermedad incurable. lógicamente me olvidé de la moza y su santa madre.
No fuimos capaces de saber que lo provocaba, a los del otro comedor no les pasaba.
El tercer viaje redondo, a primeros de agosto, al llegar a Barna, el plan era descargar la chatarra y bajar en lastre a Sevilla a pasar la cuatrienal. En Barna pedí la cuenta y me fui a Cádiz a pasar el verano, la primera semana me recuperé físicamente.
El Ricardito y su acólito se trincaron un cabreo de cojones.
cuidaos.
Hacíamos la ruta Barna, Alejandría, Beirut, La Takia, Barna, creo recordar que fletados por los Benis.
El barco tenia comedores de oficiales separados y comida separada, no había mangante oficial, quiero decir mayordomo, su puesto lo ejercía el Viejo.
Todos los tornaviajes en el comedor de maquinas, éramos multitud, llevaba dos alumnos y otros dos maquinistas, trincábamos unas diarreas de cierta importancia, en mi caso debí de perder unos cuantos kilos, como me vería mi posible futura suegra que le dijo a mi novia que yo debía de tener alguna enfermedad incurable. lógicamente me olvidé de la moza y su santa madre.
No fuimos capaces de saber que lo provocaba, a los del otro comedor no les pasaba.
El tercer viaje redondo, a primeros de agosto, al llegar a Barna, el plan era descargar la chatarra y bajar en lastre a Sevilla a pasar la cuatrienal. En Barna pedí la cuenta y me fui a Cádiz a pasar el verano, la primera semana me recuperé físicamente.
El Ricardito y su acólito se trincaron un cabreo de cojones.
cuidaos.