“..E la pluja era cesada, e faÿa tanta de mar pel vent que faÿa al exaloch, que quan les unes mars venien sobre el Castell de Peniscola, ves lo Grao de Tortosa…” “…había dejado de llover y el temporal de jaloque era tan fuerte, que cuando las olas rompían en el Castillo de Peñíscola, también se veían en la Marina de Tortosa…”. Estas palabras del siglo XIII en catalán antiguo del filósofo mallorquín Raimon Llull son de las primeras en que se tiene constancia escrita del viento de xaloc, que sopla cálido del sudeste. En la Torre de los Vientos de la Acrópolis ateniense era conocido como Apeliotes y anunciaba la llegada del otoño. Sin embargo, en la Rosa de los Vientos se representa como xaloc, jaloque o siroco, que son el mismo viento y que se nombra de formas muy parecidas en todo el Mediterráneo: scirocco en Italia, xilokk en Malta, sirocco en Francia, xarouco en Portugal, shaluq en los países árabes…
Hay una cierta controversia en el origen de la palabra xaloc, si bien todos coinciden en que es de origen árabe. Algunos autores, e incluso la RAE, señalan que deriva de la palabra árabe andalusí salàwq, que significa viento de la marina y que, a su vez, derivaría del latín salum, de alta mar. Sin embargo, no sería lógico llamarlo así en la ribera meridional del Mediterráneo, como tampoco lo sería en Portugal porque el viento del sudeste, en esos países, viene de tierra. También carecería de toda lógica llamarlo así, xilokk, en la isla de Malta donde todos los vientos vienen de la mar. Y analizándolo desde el punto de vista del cartógrafo o del navegante, es muy poco científico que un viento ordinal o cardinal reciba un nombre que no se refiriera a un punto concreto de tierra o del firmamento y que los científicos de la época nombrasen un viento sin tomar como referencia un punto concreto, independientemente de que a nivel popular fuese nombrado así de forma local en las costas hispanas. La rosa de los vientos se diseñó para ayudar al navegante y está dibujada sobre la mar y ahí todos los vientos vienen de alta mar.
Por eso adquiere mucho más sentido la otra posibilidad, la que atribuye el origen de todos esos nombres a la palabra árabe suruq, que significa salida y que, en este caso, se refiere a la salida de un astro. Pero no a la del sol, como apuntan otros autores y cuyo amanecer ya está definido por el Levante, sino al orto helíaco de Sirius, la estrella más brillante del universo tras el Sol. Sirius, estrella principal de la constelación Alfa Canis Majoris, el Gran Perro, que parece seguir fielmente al cazador Orión en su periplo por el universo, se deja ver por el horizonte a finales de agosto tras haber permanecido invisible en las latitudes mediterráneas durante buena parte de la primavera y del verano, anunciando la llegada del otoño meteorológico. Y ese punto por donde aparece es el sureste en estas latitudes, por lo que no se presta a equívoco alguno entre los navegantes. De ahí identificarlo en numerosas Rosas de los Vientos con la letra S, de siroco, si no directamente con el nombre de Xaloc.
El amanecer de Sirius por el sureste, por el xaloc, ya era muy celebrado por los Egipcios, que la consideraban el Ojo del Cielo. Tal celebración se debía a que su avistamiento anunciaba la llegada de las ansiadas lluvias de otoño que hacían tan rica la cuenca del Nilo. Curiosamente adquiere el mismo sentido que le daban los helenos a Apeliotes, cuya imagen se representa en la Torre de los Vientos como la de un hombre joven que sostiene entre sus manos una sábana que contiene gran cantidad de frutas y granos.
Miguel F. Chicón Rodríguez (Capitán de la marina mercante). Nació en 1960 en Tánger, en una familia de pescadores. Miguel Félix Chicón, en sus años mozos, veía cruzar los barcos por el estrecho de Gibraltar y las puestas de sol en Cabo Espartel, el punto más noroccidental de África. Su destino, pues, estaba escrito. El mar iba a ser su vida.