La Tramontana

    El único viento con nombre femenino, que deriva del latín transmontanus, de más allá de las montañas, ya sean los Alpes o los Pirineos

Al observar la Rosa de los Vientos inevitablemente se nos van los ojos a la flor de lis o a la iconografía de la Polar. Acabamos de pasar el solsticio de invierno, época propicia para que sople el viento que viene del norte, la Tramontana, único con nombre femenino, que deriva del latín transmontanus, de más allá de las montañas, ya sean los Alpes o los Pirineos.

Es un viento fuerte, seco, frío y limpio, que hace que el cielo torne azul puro y se perciba con detalle y grandiosidad el paisaje, despejando la mente y tonificando el espíritu. Inspirador de poetas, pintores y cantantes, incluso Salvador Dalí le dedicó su Crist de la Tramontana. Sin embargo, su persistencia era temida por los agricultores, que veían cómo sus cosechas eran literalmente quemadas cuando soplaba. Tan temida como las hordas de bárbaros que, venidos de más allá de las montañas, invadían y arrasaban sus tierras.

No todo el viento del norte es Tramontana ni sopla en invierno. Los navegantes del Mar Egeo conocen y temen el Meltemi o Etesios, viento que sopla fuerte de esa dirección en verano. Y ya que nos remontamos a la antigua Grecia debemos hacer mención al dios del viento del norte, que traía el frío y el invierno: Bóreas, a menudo representado como un anciano con largos y desgreñados cabellos y barba, armado de una caracola y de violento carácter. Tan violento era que, al ser rechazado por su amada Oritia, la raptó mientras bailaba a orillas del río Iliso. Sin embargo es al dios Bóreas al que debemos agradecer que, cuando se habla del hemisferio o de la aurora boreal, entendamos estar refiriéndonos al norte. Y también es a él al que debemos el origen de la palabra borrasca.

Bóreas, el malhumorado dios del viento del norte en la antigua Grecia.

Esa fijación por el norte es lógica en los antiguos navegantes del hemisferio boreal que, carentes de instrumentos como el compás, confiaban su orientación nocturna en el avistamiento de la Estrella Polar, fija en el firmamento señalando el Norte con exactitud. Era tal su importancia que, cuando el cielo se nublaba y los navegantes no podían verla, se decía que perdían el norte o la tramontana. La Polar aparece escoltada por las siete estrellas principales del Carro de la Constelación de la Osa Mayor, siete estrellas conocidas en Roma como Septemtrium, los siete bueyes (de septem, siete, y trionis, buey) que tiran del carro haciendo girar la esfera celeste alrededor de la Polar y que son origen de todo lo septentrional y de otras formas con las que se nombra el viento del norte en algunas zonas de Italia, el Septentrio.

Tanta es la trascendencia de la Tramontana que incluso da su nombre a varias regiones del Mediterráneo. La Serra de la Tramontana en Mallorca es un ejemplo. Su fortaleza condiciona la navegación en todo el Mediterráneo Occidental, sobre todo al este del meridiano que une el Cabo de Creus en la Península Ibérica con el Cabo de Formentor en Mallorca, aproximadamente a 3º de longitud este. Cuando sopla la Tramontana encontramos abrigo al oeste de este meridiano ya que todo el litoral peninsular nos ofrece socaire y la navegación es más segura. Sin embargo, al este del mismo no hay abrigo alguno y sopla violentamente contra el norte de Mallorca y, sobre todo, contra toda la isla de Menorca, cuya costa de tramontana sufre sus embates llegando incluso a moldear los árboles, que crecen retorcidos intentando abrigarse de su fortaleza.

Estamos en un tiempo en que las borrascas arrecian y negros nubarrones encapotan la bóveda celeste haciéndonos perder el norte. Pero más pronto que tarde soplará una buena Tramontana o, como pide el poeta Fages de Climent en su oración al Crist de la Tramontana, «mesureu la tramuntana justa» que despejará los cielos y nos dejará ver los Siete Bueyes y la Polar para ayudarnos a trazar buenos rumbos.


Miguel F. Chicón Rodríguez (Capitán de la marina mercante). Nació en 1960 en Tánger, en una familia de pescadores. Miguel Félix Chicón, en sus años mozos, veía cruzar los barcos por el estrecho de Gibraltar y las puestas de sol en Cabo Espartel, el punto más noroccidental de África. Su destino, pues, estaba escrito. El mar iba a ser su vida.

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2 respuestas a La Tramontana

  1. Bea dijo:

    Gracias por este texto.

  2. josé a. de santiago dijo:

    Nortadas en el Mar de Alborán: Zarpar de Ceuta y ver las luces de Almería…, no hubo manera de doblar Cabo Palos, hala, a fondear frente a Almería.

    Yo no sabía a qué se referían por estas aguas (baleáricas) cuando hablaban de “norte sucio” o “nord brut”, pero rápidamente lo aprendí en vivo y en directo, joé con el Abuelo Bóreas, qué malas pulgas cuando se encrespa.

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