El 27 de enero de 1967 se produjo un incendio durante la preparación del primer lanzamiento del Proyecto Apolo
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Cuando consiguieron entrar, cinco minutos después, la luz seguía encendida pero el humo cubría la escena; cuando se despejó descubrieron la cápsula arrasada y a la tripulación, muerta. Los cuerpos quedaron sellados de tal modo por la cascada de nailon fundido de sus trajes que hicieron falta más de 90 minutos para poder sacarlos.
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La investigación sobre las causas del accidente provocó la revisión completa de la arquitectura interna de las naves Apolo para dar lugar al diseño Block 2, que usaba una atmósfera mixta a nitrógeno/oxígeno en el lanzamiento, no tenía elementos combustibles internos, llevaba el cableado completamente aislado y un portillo interior rediseñado para abrir hacia afuera. En los trajes de los astronautas el nailon se reemplazó por Tela Beta de fibra de vidrio y Teflón, que no arde ni se funde, aunque los astronautas siguieron respirando oxígeno puro en su interior.
También se revisaron los procedimientos y controles de la NASA: la cultura del apaño y las prisas que había reinado hasta entonces desapareció reemplazada por una extrema atención a los detalles y por el uso de sistemas de trabajo que tenían muy en cuenta la seguridad en los procedimientos.
Es posible que sin aquellos 15 segundos trágicos el Programa Apolo hubiese fracasado en un vuelo posterior debido a sus defectos iniciales, pero la suerte de la tripulación del Apolo 1 nos recuerda una verdad básica: las grandes gestas de la Humanidad no se consiguen sin riesgos ni sacrificios.