Buen repaso a lo que se viene tratando en este hilo.
La Transición, ejemplar o ejemplarizante, fue lo que fue: LENTEJAS
Aquellos maravillosos años
Movidos por un deseo de esperanza, millones de españoles sobrevivieron a aquel clima de terror que supuso la Transición mirando hacia delante, a pesar de que lo que tenían detrás, aquello de lo que venían, se les puso enfrente.
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Los chavales de la pana hicieron bien su trabajo bajo el lema: “Nosotros o la bota militar”. La doctrina del shock no fue un descubrimiento de Naomi Klein, ya se había aplicado en España en los años setenta cuando ante la amenaza de transformar la península en un nuevo campo de concentración, los socialistas se postularon como única alternativa de consenso internacional. Previamente jubilaron en Suresnes a los viejos compañeros, y con ellos sus utópicas propuestas transformadoras. Irrumpieron en los medios de comunicación con la mochila llena de propuestas atenuantes y con instrucciones precisas de Willy Brandt, el líder alemán que ponía la pasta.
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Ahora parece que el bipartidismo ha desaparecido y se habla del espíritu de consenso del 78. ¡No, aquello no! En ese afán tan nuestro de reescribir la historia contándola al revés, los medios de comunicación, con una reiteración apabullante, han conseguido que aquella década del terror sea recordada como un ejemplo de actitud democrática y tolerante, como un camino a seguir ahora, en aras de una mejor gobernanza y de la reconciliación de posturas enfrentadas para que los procesos de transformación llamados “reformas estructurales profundas”, que nos han traído la ruina, el desempleo y la corrupción sistémica, se queden para siempre entre nosotros, se acepten como la base del nuevo sistema.
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El Aeropuerto de Madrid-Barajas, como saben, se ha bautizado como Adolfo Suárez en recuerdo de aquellos tiempos gloriosos en los que dicho presidente, que da nombre al aeródromo, fue forzado a dimitir, según relata Pilar Urbano en su libro La gran desmemoria, después de que el general Merry Gordon le enseñara una pistola en la Zarzuela en presencia del mismísimo rey. ¡Toma consenso!
Entre el 75 y 1983, ese período dorado de nuestra política, hubo varios intentos de acabar con la democracia por parte del ejército, y la friolera de 591 muertes por violencia política incluidos 344 de ETA y 51 del Grapo. 188 fueron cometidos por personas relacionadas de una u otra manera con las instituciones o con personas próximas a ellas, y se encuadraron dentro del epígrafe de “incontrolados”.
En la calle reinaba el pánico. En las manifestaciones que siguieron a la muerte del dictador eran varios los frentes desde los que se atacaba a los ciudadanos que pedían libertad. Por un lado estaban los policías y, por otro, personal de paisano que incluía miembros de las llamadas fuerzas del orden, así como una caterva de fascistas importados de Italia y Argentina que actuaban con impunidad y protegidos por dichas fuerzas. En muchas acciones actuaban juntos.
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Con esto quiero recordar que aquel periodo fue de una inestabilidad total y que los ciudadanos que fueron víctimas de la represión franquista tuvieron que ver como en plena democracia, incluso con el PSOE en el poder, los responsables de aquellos crímenes campaban por sus respetos. Artífice principal de aquella impunidad, y siempre interesado en tergiversar la verdad sobre los crímenes de Vitoria, Pamplona y Montejurra fue Martín Villa, que más tarde llegó a ser presidente de Endesa, y de Sogecable. Como ministro de Gobernación condecoró al célebre inspector Conesa, cuyo primer éxito fue la detención de “Las Trece Rosas”, que fueron fusiladas. El inspector colaboró con la Gestapo y se hacía temer por sus métodos de tortura durante la dictadura de Franco, en la que tuvo más tarde como mano derecha a Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, famoso por su chulería y sadismo. Pues eso, ambos fueron condecorados en 1977 siendo ministro de Gobernación Martín Villa, que se muestra siempre muy ofendido cuando le comentan estas cosas y entiende que hay que hablar de reconciliación. Desde luego, no puede haber mayor reconciliación en democracia que condecorar a torturadores y asesinos fascistas y encubrirlos o emplearlos al servicio de las instituciones.
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Los españoles leíamos con fervor El País. Ese diario no se sujetaba, éramos nosotros los que nos agarrábamos a él como si estuviéramos colgando de un precipicio. Al frente de aquel periódico, que era el único que contaba algo de lo que pasaba y que todos los estudiantes llevaban debajo del brazo, estaba Juan Luis Cebrián. La otra cara visible de aquella transición fue Felipe González, que, como aquel joven periodista, se ha convertido en su máscara de Halloween mostrando su tenebrosa realidad que explica cómo hemos llegado hasta aquí, quiénes fueron los lazarillos bajo las órdenes de eso que llaman el Imperio que, por cierto, nunca duerme, siempre contraataca.
No apelemos al espíritu del 78. Nos metieron en el redil a fuerza de tiros, de bombas. Se impuso el terror.
No deben seguir vendiendo aquella mentira.